miércoles, 8 de enero de 2014

Amores Perros (2000): Entonces, ¿cómo?


La bestialidad  nos define: somos el amante, el hijo de puta, la desventura, el desterrado, el testarudo, la desalmada, el infierno; y la ira. Compartimos un mismo destino formado por un nudo en los intestinos y en la inmensidad del odio que le tenemos. La bestialidad tiene forma de mirada absorta en un deseo, de la lujuria que destruye corazones, de la fortuna con forma de rata, de la terquedad con la que ardemos por los errores de siempre.



Somos bestias que huimos por un agujero, por un accidente, por el dinero, por la muerte. Somos el grito que une cada latido con el sonar de un teléfono mudo, del disparo solitario de un adiós tácito, de las garras del destierro y el flagelo. Somos bestias por el miedo que le tenemos a la suerte. Del otro lado, somos bestias porque no entendemos que la fe nos azota y nos deforma. Somos bestias porque tenemos el recuerdo atado a la gravedad de la desdicha.


¿Recuerdas el momento preciso en que lo dejaste todo? Ese momento en que incineraste la vida, abrazaste la ira, destrozaste el mundo, y te volviste dueño de tu locura. Mientras más amas, más animal te vuelves y solamente el instinto te mueve, te promete entre vacíos y lagunas, que volverás a ser el mismo, u otra persona. Y al recordar ese momento, ¿cómo negociaste con tu destino? Me imagino que con la única moneda que nos queda: ser víctimas de la bestia que llevamos (a menudo) (muy) dentro.




Al final ni siquiera sé si me quedo o me voy. Así no puedo pensar, así no puedo sentir. 
Me da miedo la enormidad.

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