Me dicen que la vieron llorar cuando despegó el avión. Que su nariz besó la niebla en el vidrio y que tras el vidrio había un manto gris que se extendía lejos de mi.
Me dicen que la noche anterior, antes de subirse al avión, me llamó. Que todo estaba bien, le había dicho al contestador. Y me dicen que al final de la calle, tras las rejas que me separaban de ella, una lágrima dejo un rastró invernal.
Me dicen que fui y que soy un tarado. Que a las once y media sigo perdido entre las frazadas que me separan de la calle, del libro, de las cuentas, de Dios y del curso de la vida. Me dicen que no valgo, a diario. Y me lo dicen las miradas. Me dicen que tras el muro, en cambio, estoy peleando aún.
Me dicen que se ha olvidado de mi. Eso si lo sabía. Que se ha olvidado de mi como todos los apuntes que le compartía. De como la vida, entre tantas columnas, se nos derrumbó para vivir en las ruinas. De como la ciudad nos separaba los unos de los otros. Y los otros eran lo que realmente era uno.
Ese invierno fue malo. Pero no tanto como quisiera. Hemos pasado una vida diciendonos que la respuesta estaba al final del libro, pero mis verdaderos amigos arrancaron esa página. Qué pesado, qué tonto, volver a ser yo. Y vuelvo a ser yo, aunque no quiera, aunque no quieras, aunque no quieran. Vuelvo a ser yo.
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