Muchas veces me puse a pensar en esa cosa llamada "comenzar de cero". Durante algunos años pensé en que mi castillo de naipes tenía sólidas bases. Lo pensaba todo el tiempo hasta que me vi conectando el ventilador. Semanas después, seguía sin levantar los escombros.
-Ya vendrá el día -me repetía dulcemente al despertar -y se acabará toda la culpa y todas las maldiciones lejanas.
Luego seguí escribiendo canciones, y luego de esas canciones, escribía teatro y del teatro, mi voz se sumergía en el inefable silencio de la platea. El escenario es un infierno con paredes de seda. Y yo sin poder aplaudir.
-Si quieres, puedes venir conmigo -una voz resaltó del murmullo en la fila.
No la reconocí hasta que pude ver su rostro. Era el mismo de los libros, el de las paredes, el rostro del nombre en la marquesina y los diarios de la tarde. Era el rostro de la voz de la radio y el rostro del silencio en el ecran. No podía creerlo. Era la tentación del fracaso. Vino por mí, sin haberla llamado.
Yo tenía un fajo de promesas para este momento. Entre ellas, incendiaría todo lo que hice. Soplaría las cenizas por la espesa llanura de mis primeros días y comenzaría terriblemente desnudo, otra vez de cero. Demasiada responsabilidad. Tenía ya un nicho en la ciudad y la ciudad esperaba mejores cosas de mí. Moví un poco el telón y en mi pesadilla ni ella estaba en la primera fila. Solo unos cuantos curiosos y yo mismo. Y al poco tiempo, y sin decidir qué hacer, escapé del cañón, de la soga y de la pastilla de jabón. Y estoy aquí, desafiando mi suerte, una vez más.
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