Pues bien, reconozco que fuiste mi película mala, la peor de
todas, a la que volvía sabiendo que, aunque no exista, podía tener el pretexto de
creer que la felicidad existía, a la que podía seguir en caminos de bárbaros
con la idea de conquistar la tierra prometida.
Nunca entendí tu natural crueldad, la que salía con demasiada
facilidad cuando me podías hacer creer que el día era noche y que el sol podía
girar alrededor tuyo si se lo pedías, incapacidad de terminar una historia que
imaginé tantas veces que tendría un final feliz.
No sé si tiene sentido recordar que me decías que nunca
tenías miedo, que el mundo era una canción que llevabas en tu walkman con tus audífonos
multicolores, lo hacías tan fácil que era tan real creer que podía deshacerme
de cualquiera que intentará tan solo acercarse...
Ahora recuerdo como un día lejano aquella mañana que no
apareciste más, a veces tengo la sensación
de que solo fuiste un sueño de larga duración, o a veces, en los peores días, que
solo fui parte de tu imaginación en una página de tu diario personal, una
historia de amor que te aburrió y decidiste no escribir su final.
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