lunes, 27 de junio de 2011
Almost Famous (2000): Cartas a San Diego
lunes, 20 de junio de 2011
The Royal Tenenbaums (2001): yo también quiero ser un Tenenbaum
Capítulo Uno.- Los Tenenbaum pronto sabrán perdonar:
Hace mucho que no iba a una iglesia, hace mucho que no escuchaba a un cura leer y comentar alguna cita de la Biblia, me aburrí demasiado, recordé lo lento y tedioso que era par mí escuchar dos misas a la semana cuando era niño en aquel colegio católico, lo cierto es que ahí estaba otra vez, sentado, mirando el reloj, mis pies, al tipo de adelante, a la chica del costado. Sin embargo, a pesar de todo, esta vez si me concentré en lo que leyó el sacerdote, la famosa parábola del hijo prodigo. (¡Ese es!, ese el tema de la película para mí también).
“Siempre me he considerado un idiota desde que puedo recordar, ese es mi estilo, pero de verdad me sentiré triste si sé que no me podrás perdonar” (Royal).
Capítulo Dos.- Mordecai volvió con plumas blancas:
La dichosa parábola, que a mi parecer es confusa y que esa característica la hace genial, se me quedó en la mente durante el resto de la misa, al recobrar mi conciencia empecé a mirar de nuevo a la gente que estaba alrededor mío, la familia es tan compleja que es difícil de entender dicho concepto, quién de ellos es perfecto, qué hacían con alguien que los dañaba, perdonan o olvidan, cómo evitan herir a la gente que aman, la familia humana es distinta a toda clase de grupo social, todos pertenecemos a alguna, pero cada una es distinta a las demás. Al darme cuenta nuevamente, ahí estoy en la calle viendo a cada padre, a cada madre, a cada hijo, intentando crear sus historias personales, creando diálogos y descubriendo sus mundos interiores. (A las finales sé que al llegar a casa hoy tendré algunas plumas blancas más que ayer).
“No pienso que eres un idiota, Royal, solo pienso que eres un hijo de puta” (Henry).
Esa mañana fui a la iglesia porque no tenía nada más que hacer, andaba por la calle sin rumbo después de otra noche de insomnio, hace días que no podía dormir, empezaba a desesperarme, son las preocupaciones, me decían algunas personas, es el stress, me decían otras, yo en realidad no sabía con exactitud que era lo que me sucedía, pero me desesperaba cada vez más el hecho de no poder dormir y esa ansiedad no me ayudaba mucho en el intento de querer recuperarme. Es así que esa mañana algo me empujó a entrar de nuevo a la iglesia, tal vez fue la casualidad, o la rebelión hacía mi poca fe, o simplemente la inconciencia natural de pedirle algo a Dios. En realidad no lo sé, lo único que puedo dar fe, después de todo, es que me concentré en la parábola que me hizo pensar en el perdón y que esa puede ser la clave para que todo pueda estar mejor.
“Bueno, de verdad aprecio eso” (Royal).
(Y esa noche por fin, después de muchos días, pudiste dormir).
lunes, 13 de junio de 2011
Martín (Hache) (1997): Aquí nadie silba por la calle.
No veo más allá de lo imposible, los imposibles no existen. Mi nombre no ha llegado conmigo, para variar. Sólo tengo conmigo nieblas y besos en la maleta. Y repaso los besos, las llegadas, Dios, mi lugar, las cuentas. Imposible aparezco, como una rutina, de las rutinas que tiemblan cuando aparece un amor, para despreciarlo todo poniéndole un precio al vacío eterno de hallarme junto a alguien más.
Soy un hombre que juega entre Dioses, burlándose de la mediocridad de creer que orgullosos están de mi creación, del lugar de donde vengo, de los besos, de las nieblas, del vacío, de mi maleta y de este texto. Ellos también son parte de la rutina que tiembla cuando aparece un amor.
Temblar es corresponder, quebrar es amar, olvidar es todo si la memoria queda atada a un iluso juego de amar lo imposible. Y recuerdo, soy un hombre que existe gracias a los Dioses, los Dioses existen gracias a mis besos y las nieblas tiemblan por mi recuerdo. Mi lugar en el mundo tiene la dirección del corazón y mi corazón navega aturdido, una y otra vez, entre el espanto de recordar que no existo.
Tomo la maleta, la lleno de besos, de nieblas, de dioses, y de nombres. Y llego para no volver.
(Hache).- Las verdades sólo se ocultan cuando se hacen las interesantes. No se revuelcan con cualquiera sino lo hacen con quien lo merece. La verdad de cada tipo consiste en aceptar que no hay verdades absolutas y que todos naufragan al despertar. Tratamos de unir lazos que nos tienden desde otros mundos. Pero este no es nuestro mundo. El mundo de uno es aquel donde podemos, de vez en cuando, (cuando todo está perdido y no hay nada más que volver a empezar) aprender a caminar.
Los personajes dentro de toda su grandeza personal, son frágiles. Tienden al llanto como a la cólera. Sólo Hache permanece como un satélite inmutable entre el desenfreno, la amargura, el delirio, el amor y la muerte. Hache es la síntesis de todo hombre que no quiere ser hombre aun, que trata a la muerte como un fantasma que no es real. No es un paria ni un suicida, no busca comprensión, ni amor, ni cambio. Sólo hasta la confesión final, en medio de lagrimas ante una cámara, puede declarar su verdad, que como un virus, hace brotar hasta en el más duro, un declaración de nostalgia. Al final, Hache siempre será Hache de donde venga, donde esté, y a donde vaya.
lunes, 6 de junio de 2011
Punch-Drunk Love (2002): El piano que no es un piano
Se acercó y te abrazó, Pero no pude abrazarla con fuerza, me tomó de sorpresa y no pude reaccionar de la manera correcta.
- Quise hacerlo –le dije y la abracé- cuando te fuiste esa noche pensé que nunca más tendría otra oportunidad.
- Eras un tonto –me dijo, se soltó de mis brazos y miró hacia la mesa del comedor- un tonto –volvió a mirarme, sonrió y me besó.
El piano podría significar el objeto que hizo que Barry Egan (Adam Sandler) sea lo que en realidad nunca fue. Poseer un instrumento musical requiere de ensayarlo, de practicarlo, de llevarlo sin vergüenza a todo lado y por fin demostrar que en verdad sabes tocarlo. Sin embargo, todos necesitamos que suceda algo para reaccionar, es por eso que es muy atinada la escena en la que Barry Egan ve el choque del auto antes de que le dejen aquel piano que fue el inicio de su gran cambio.
Te dijo que se marcharía en dos semanas, te lo dijo y no hiciste nada, por dentro te deshacías, por dentro aquel grito “no quiero que te vayas”.
- No quiero que te vayas –por fin se lo dije, fue lento. El esperar su reacción duró una eternidad, mi garganta se encogía, mis manos empezaron a sudar, sentía las agujas del reloj moverse como una marcha directa a mis oídos, miraba sus ojos, sus labios, quién fuera, sentía su mirada que podía deshacerme cuando quisiera.
- ¿Por qué? –lo dijo con mucha naturalidad, sin ningún tipo de alteración.
Le sonreí.
- Sí lo sabes -me acerqué y rompí el círculo que nos separaba- sabes que eres especial y que no permitiré que esta vez te me vayas.
Básicamente Punch Drunk Love es una película romántica que se desarrolla entre la realidad y la fantasía interior de Barry Egan, un hombre solitario que tiene su propio negocio y que tiene que intentar relacionarse con sus siete hermanas. La habilidad de Paul Thomas Anderson se basa en la forma de representar esta historia poco verosímil de manera orgánica, es así que logra convertir a un ser tímido y con problemas psicológicos, ligados a la violencia que tiene al momento de alterarse, en alguien que puede conquistar a la chica que lo salvará y hasta combatir a toda una banda de extorsionadores él solo con tal de lograr su tranquilidad.
Pero de qué hablas, acaso ella no está lejos, No, te hice caso y la busqué antes de que se fuera, te has perdido de mucho, déjame contarte todo lo que ha pasado desde ese día.
- Hay días en que despierto y pienso que es un sueño estar contigo –le digo mientras la veo acurrucarse en la almohada, recién despierta y está a mi lado, me mira, sé que en este momento solo a mí me mira.
- Estás despierto, amor, despierto.