No veo más allá de lo imposible, los imposibles no existen. Mi nombre no ha llegado conmigo, para variar. Sólo tengo conmigo nieblas y besos en la maleta. Y repaso los besos, las llegadas, Dios, mi lugar, las cuentas. Imposible aparezco, como una rutina, de las rutinas que tiemblan cuando aparece un amor, para despreciarlo todo poniéndole un precio al vacío eterno de hallarme junto a alguien más.
Soy un hombre que juega entre Dioses, burlándose de la mediocridad de creer que orgullosos están de mi creación, del lugar de donde vengo, de los besos, de las nieblas, del vacío, de mi maleta y de este texto. Ellos también son parte de la rutina que tiembla cuando aparece un amor.
Temblar es corresponder, quebrar es amar, olvidar es todo si la memoria queda atada a un iluso juego de amar lo imposible. Y recuerdo, soy un hombre que existe gracias a los Dioses, los Dioses existen gracias a mis besos y las nieblas tiemblan por mi recuerdo. Mi lugar en el mundo tiene la dirección del corazón y mi corazón navega aturdido, una y otra vez, entre el espanto de recordar que no existo.
Tomo la maleta, la lleno de besos, de nieblas, de dioses, y de nombres. Y llego para no volver.
(Hache).- Las verdades sólo se ocultan cuando se hacen las interesantes. No se revuelcan con cualquiera sino lo hacen con quien lo merece. La verdad de cada tipo consiste en aceptar que no hay verdades absolutas y que todos naufragan al despertar. Tratamos de unir lazos que nos tienden desde otros mundos. Pero este no es nuestro mundo. El mundo de uno es aquel donde podemos, de vez en cuando, (cuando todo está perdido y no hay nada más que volver a empezar) aprender a caminar.
Los personajes dentro de toda su grandeza personal, son frágiles. Tienden al llanto como a la cólera. Sólo Hache permanece como un satélite inmutable entre el desenfreno, la amargura, el delirio, el amor y la muerte. Hache es la síntesis de todo hombre que no quiere ser hombre aun, que trata a la muerte como un fantasma que no es real. No es un paria ni un suicida, no busca comprensión, ni amor, ni cambio. Sólo hasta la confesión final, en medio de lagrimas ante una cámara, puede declarar su verdad, que como un virus, hace brotar hasta en el más duro, un declaración de nostalgia. Al final, Hache siempre será Hache de donde venga, donde esté, y a donde vaya.
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