Capítulo Uno.- Los Tenenbaum pronto sabrán perdonar:
Hace mucho que no iba a una iglesia, hace mucho que no escuchaba a un cura leer y comentar alguna cita de la Biblia, me aburrí demasiado, recordé lo lento y tedioso que era par mí escuchar dos misas a la semana cuando era niño en aquel colegio católico, lo cierto es que ahí estaba otra vez, sentado, mirando el reloj, mis pies, al tipo de adelante, a la chica del costado. Sin embargo, a pesar de todo, esta vez si me concentré en lo que leyó el sacerdote, la famosa parábola del hijo prodigo. (¡Ese es!, ese el tema de la película para mí también).
“Siempre me he considerado un idiota desde que puedo recordar, ese es mi estilo, pero de verdad me sentiré triste si sé que no me podrás perdonar” (Royal).
Capítulo Dos.- Mordecai volvió con plumas blancas:
La dichosa parábola, que a mi parecer es confusa y que esa característica la hace genial, se me quedó en la mente durante el resto de la misa, al recobrar mi conciencia empecé a mirar de nuevo a la gente que estaba alrededor mío, la familia es tan compleja que es difícil de entender dicho concepto, quién de ellos es perfecto, qué hacían con alguien que los dañaba, perdonan o olvidan, cómo evitan herir a la gente que aman, la familia humana es distinta a toda clase de grupo social, todos pertenecemos a alguna, pero cada una es distinta a las demás. Al darme cuenta nuevamente, ahí estoy en la calle viendo a cada padre, a cada madre, a cada hijo, intentando crear sus historias personales, creando diálogos y descubriendo sus mundos interiores. (A las finales sé que al llegar a casa hoy tendré algunas plumas blancas más que ayer).
“No pienso que eres un idiota, Royal, solo pienso que eres un hijo de puta” (Henry).
Esa mañana fui a la iglesia porque no tenía nada más que hacer, andaba por la calle sin rumbo después de otra noche de insomnio, hace días que no podía dormir, empezaba a desesperarme, son las preocupaciones, me decían algunas personas, es el stress, me decían otras, yo en realidad no sabía con exactitud que era lo que me sucedía, pero me desesperaba cada vez más el hecho de no poder dormir y esa ansiedad no me ayudaba mucho en el intento de querer recuperarme. Es así que esa mañana algo me empujó a entrar de nuevo a la iglesia, tal vez fue la casualidad, o la rebelión hacía mi poca fe, o simplemente la inconciencia natural de pedirle algo a Dios. En realidad no lo sé, lo único que puedo dar fe, después de todo, es que me concentré en la parábola que me hizo pensar en el perdón y que esa puede ser la clave para que todo pueda estar mejor.
“Bueno, de verdad aprecio eso” (Royal).
(Y esa noche por fin, después de muchos días, pudiste dormir).
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